Las parejas jóvenes han demostrado su devoción mutua por diversos medios: el regalo de la remera del equipo deportivo o el intercambio de anillos de generación o brazaletes. Los mejores amigos comparten las combinaciones del casillero.
La era digital ha propiciado el surgimiento de una costumbre más íntima. Se ha puesto de moda que los jóvenes expresen su afecto mutuo compartiendo las contraseñas de cuentas de correo electrónico, Facebook y otros servicios. Incluso, los novios y las novias hasta crean contraseñas idénticas y se permiten mutuamente leer los correos electrónicos privados, así como los mensajes de texto.
Dicen que saben que esos enredos digitales son riesgosos, porque una relación que anda mal puede llevar a que la gente use cuentas en internet y secretos en contra una de la otra. Sin embargo, eso, dicen, es parte de lo que hace que el simbolismo de una contraseña compartida sea tan poderoso.
“Es un signo de confianza”, dijo Tiffany Carandang, estudiante del último año de bachillerato en San Francisco, sobre la decisión que su novio y ella tomaron hace varios meses de compartir contraseñas de correo electrónico y Facebook. “No tengo nada que ocultarle, y él no tiene nada que ocultarme”. “Es tan lindo”, dijo Cherry Ng, de 16 años, al escuchar los comentarios que su amiga le hacía a un reportero a la salida de la escuela. “Realmente confían el uno en el otro”.
“Así es”, dijo Carandang, de 17 años.
“Sé que nunca haría nada que dañara mi reputación”, agregó.
No siempre termina tan bien, claro. Cambiar una contraseña es sencillo, pero alumnos, consejeros y padres dicen que el daño a menudo se causa antes de hacerlo, o que compartir la vida en internet puede ser la razón de que falle una relación.
Las historias de riñas incluyen a un novio desdeñado en la secundaria que trata de humillar a su ex novia divulgando sus correos electrónicos secretos; a las tensiones en la pareja por revisar los mensajes privados el uno del otro en busca de pistas de deslealtades o infidelidades; o tomar el teléfono celular del ex mejor amigo, desbloquearlo con una contraseña y enviar textos amenazadores a alguien más.
Rosalind Wiseman, quien estudia cómo usan los adolescentes la tecnología y es autora de “Queen Bees and Wannabes”, un libro para padres sobre cómo ayudar a las chicas a sobrevivir a la adolescencia, dijo que compartir las contraseñas, y la presión para hacerlo, se parece en algo al sexo.
Compartir las contraseñas, notó, se siente algo prohibido porque los adultos lo desaconsejan con frecuencia e implica vulnerabilidad. Y hay presión en muchas relaciones adolescentes para compartir las contraseñas, justo como la hay para tener sexo.
“La respuesta es la misma: si tenemos una relación, me tienes que dar cualquier cosa”, dijo Wiseman.
En una encuesta telefónica de 2011, el Proyecto Pew sobre Internet y Vida Estadounidense encontró que 30 por ciento de los jóvenes que entran regularmente a internet había compartido la contraseña con un amigo, novio o novia.
Se encontró con la encuesta levantada entre 770 personas entre 12 y 17 años que es casi dos veces más probable que las chicas compartan a que los chicos lo hagan. Y en más de dos docenas de entrevistas, padres, alumnos y consejeros dijeron que la práctica ya se generalizó.
En una columna reciente en el sitio web Gizmodo sobre noticias tecnológicas, Sam Biddle señaló que compartir la contraseña es una parte primordial de intimidad en el siglo XXI y aconsejó a las parejas y amigos sobre cómo evitar los pasos en falso.
“Conozco a bastantes parejas que comparten contraseñas, y todas lo han lamentado”, dijo Biddle en una entrevista, y agregó que la práctica incluye la idea implícita de destrucción mutuamente asegurada si alguno se comporta mal. “Es el tipo de simbolismo que siempre resulta mal”.
Los estudiantes dicen que hay razones, más allá de mostrar confianza, para intercambiar las claves en la red. Por ejemplo, varios universitarios dijeron que comparten contraseñas de Facebook con regularidad, no para fisgonear ni monitorearse mutuamente, sino para obligarse a estudiar para los exámenes finales. Una estudiante pedía a una amistad que cambiara su contraseña y no le dijera cuál era la nueva, con lo cual quedaba temporalmente bloqueada y sin una enorme distracción.
Alexandra Radford, de 20 años, en primer año en la universidad estatal en San Francisco, dijo que hizo eso para ayudar a amistades durante los exámenes. Una de las amigas quiso saber la nueva contraseña antes de que concluyeran los exámenes finales, pero Radford se mantuvo firme.
“Una vez que terminaron los finales, se la di”, contó. “Dijo: 'Oh, dios santo, gracias’. Sabía que era buena para no darle la contraseña”.
Sin embargo, Radford está más avergonzada por las contraseñas que compartió hace unos años con su novio del bachillerato. Incluso, las cambiaron para que reflejaran su relación. La de ella: AmoaKevin. La de él: AmoaAly.
“Lo hicimos así para que yo pudiera revisar sus mensajes porque no confiaba en él, lo que no es sano”, reconoció.
Es típico que los consejeros no apoyen esa práctica, y los padres predican a menudo la inteligencia de la privacidad de la contraseña. Winifred Lender, una psicóloga infantil en Santa Barbara, hizo que sus tres hijos firmaran contratos digitales con los términos de qué tantos medios consumirían y cómo se comportarían en internet. Una regla es que no compartirán contraseñas. No obstante, dijo Lender, hace poco, un amigo pidió a su hijo de 14 años su contraseña.
“El dijo: me das la tuya y te doy la mía”. Lo tomó por sorpresa, pero dio una excusa comprobada para decir que no.
“Le echó la culpa a sus padres”, dijo Lender sobre su hijo. “Dijo: 'Si te doy mi contraseña, mi mamá se va a enojar’”.
Emily Cole, de 16 años, en primer año de preparatoria en Glastonbury, Connecticut, sintió el golpe de la traición de las contraseñas en séptimo grado, cuando le dio la del correo electrónico a su primer novio.
Entonces, empezó a desarrollar sentimientos por otra alumna, dijo, y le envió un correo electrónico. El novio lo leyó y empezó a difundirlo por toda la escuela llamando a Cole una “pervertida”. Cole dijo que fue profundamente doloroso. Y, a pesar de lo sucedido, dijo que no tuvo reservas para compartir la contraseña con su nuevo novio. “Sé que suena algo raro, pero tenemos una relación diferente”, afirmó. “Ya no estamos en séptimo grado. Confío en él en forma distinta, supongo”.
La madre de Cole, Patti, de 48 años, una psicóloga infantil, dijo que cree que ahora su hija será más sensata en cuanto a compartir la contraseña. Sin embargo, más en general, cree que a los jóvenes les atrae ese comportamiento, como el sexo, en parte porque los padres y otros les advierten que no lo hagan.
“Lo que me preocupa es que no hemos hecho un buen trabajo en cuanto a evitar que los chicos tengan sexo”, comentó. “Así que, en realidad, no tengo confianza en qué tanto podemos cambiar este comportamiento”.
Nota: esta noticia la publique para que no se cansen de escuchar siempre "anonymous esto y aquello"
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